Tanto si entendemos Ápeiron en su sentido más amplio, o bien como el concreto espacial
transitable planteado por Addil D. Marabet en el espacio expositivo, el origen (y el Origen, en
mayúsculas) es un elemento crucial para comprender la reconciliación con el mismo.
Crecer en el Masnou y pasar su infancia y adolescencia con sus amigos en las calles del pueblo le
llevan a vivir y participar del mundo del grafiti, lo que se convierte en el primer contacto directo
con el mundo del arte. Un arte no institucionalizado y – aun constantemente – desvalorizado,
pero profundamente arraigado a día de hoy en su producción.
En el momento en que su interés trasciende la bidimensionalidad del muro y observa lo que se
encuentra alrededor, el paisaje urbano y los elementos que lo componen pasan a ser el centro de
su interés y configuran un imaginario que se basa, además, en sus texturas, materiales, colores,
técnicas, composición y procesos. Los que, descontextualizados y trasladados a la galería o bien
mantenidos en su entorno original, siguen siendo igual de bellos.
Los rastros arqueológicos que dejan las acciones de aquellos que inciden en lo que se encuentra
en el espacio público constituyen la historia de las calles y entre las capas de las paredes podemos
leer el pasado, comprender presente e interpretar el futuro de las ciudades.
Las implicaciones políticas de lo que significa construir y derruir, ordenar, tapar, quitar
o invisibilizar, desechar o considerar apto para el uso y existencia en las calles; así como la
violencia que pueden ejercer los propios elementos son reflexiones conscientes en el uso de
materiales de construcción y proceso – no de acabado – así como las vallas e impedimentos que
aún presentes y determinantes en el tejido urbano siguen intentando mantenerse disimulados a
ojos del transeúnte.
En su primer solo show, Addil revisita sus orígenes y evidencia éstas problemáticas presentando
cuadros de gran formato que constituyen el inicio de un nuevo ciclo.

Berta Esteve Marcó